La autora de ABC del sensible en la tierra pasó por “el arte” y llegó a “lo terapéutico” para defender una idea incómoda en tiempos de ansiedad: sentir más no es un problema… si aprendes a sostenerte en la Tierra.
Hay entrevistas que no parecen entrevistas, sino un espacio seguro. En Sones y Versos ocurrió algo así: el programa —nacido para la cultura, la música y el arte— volvió a abrir una puerta hacia la inteligencia emocional. No por moda, sino por una evidencia que el propio locutor, Jesús Moreno, dejó caer desde el inicio: por alguna razón, este formato se ha convertido en un lugar recurrente para hablar de lo que realmente nos atraviesa.
La invitada fue Yolanda Adaui, artista y terapeuta, autora de ABC del sensible en la tierra, un libro de 252 páginas a color, con fotografías realizadas por ella misma y un planteamiento muy poco habitual en este tipo de títulos: no se limita a “explicar” la sensibilidad, sino que la baja al cuerpo, a los hábitos, a las relaciones, a lo cotidiano. Tierra. Acción. Concreción.
Dos ramas, un mismo propósito: arte y sanación
Cuando Moreno le preguntó quién era, Yolanda respondió con honestidad: siempre le ha costado definirse. Pero encontró una forma clara de ordenarse: dos ramas interconectadas que, en su caso, no compiten, sino que se alimentan.
Por un lado, lo artístico: fotografía, locución, canto. Durante años trabajó con lo que llamó “fotografía sanadora”, un enfoque con el que acompañaba a las personas a descubrir belleza, identidad, expresión… “alma”, en sus palabras. Por otro, lo terapéutico: un trabajo centrado en lo inconsciente, lo emocional, los traumas, lo familiar y la salud.
Esa segunda rama se intensificó tras un momento difícil hace aproximadamente cinco años. No fue una decisión estratégica, sino un giro de vida. El tipo de viraje que no se planifica: sucede, duele, y luego se convierte en camino.

El autocontrol emocional como acto de presencia
Uno de los momentos más reveladores de la conversación llegó cuando Moreno compartió una percepción muy concreta: antes de la entrevista, Yolanda le transmitía paz. Nada de nervios, nada de “ruido”. Ella confirmó que no era casualidad: la experiencia acompañando a otras personas en situaciones duras le enseñó algo esencial: el autocontrol emocional no consiste en endurecerte, sino en estar presente.
Describió ese estado como una especie de mindfulness compartido. En sesión, el “yo” se aparta. Los problemas propios se silencian. Y, paradójicamente, en ese olvido aparece el conocimiento real: uno se conoce cuando deja de narrarse y se dedica a sostener al otro.
Incluso relató un episodio personal de gran malestar que desapareció por completo al centrarse en una sesión con alguien que estaba peor. No por comparación, sino por foco. Por presencia.
La portada, el “todo”, y la rapidez de lo canalizado
Antes de entrar en el contenido del libro, Moreno preguntó por la portada. Y ahí apareció la Yolanda más artística: una imagen creada en una etapa especialmente creativa, a partir de fotografía y composición espontánea. Para ella, representa que “todo está en todo”: somos partículas, y el cuerpo refleja el todo.
Aclaró algo importante: sus composiciones nacen de inspiración propia, canalizada, y se ejecutan muy rápido en Photoshop. No hay sobremeditación, sino impulso y sentido interno.
Un abecedario para romper esquemas
El formato del libro —un ABC— no es una ocurrencia editorial. Yolanda contó que le llegó intuitivamente, no desde la mente, sino desde el sentir. Y funciona como mapa y como acceso directo: puedes ir a la letra que te interesa (“M” de miedo, “S” de sufrimiento, “C” de control) sin necesidad de leer en orden.
La intención es clara: servir de guía práctica para “muchísimas personas sensibles” que, aun sin saberlo, viven con el sistema nervioso en alerta. Personas a las que todo les afecta más a nivel inconsciente. Personas que se sienten fuera de lugar o “fuera de este mundo”. Y, sobre todo, personas que confunden sensibilidad con fragilidad.
Ahí Moreno lanzó la pregunta frontal: ¿ser sensible es igual a ser débil?
Yolanda respondió con una frase que resume la tesis del libro:
“Los sensibles son muy fuertes, porque aguantan más cosas de las que creen.”
Para ella, la fuerza no nace de reprimir, sino de conectar con lo emocional y liberarlo. Cuando no lo haces, el cuerpo paga: bloqueo, rigidez, pérdida de inocencia y vulnerabilidad. Esa parte bonita que el mundo suele castigar.
La infancia no te “hace” sensible, pero sí te enseña a esconderte
Adaui fue muy precisa al hablar de la infancia. La sensibilidad, dijo, es innata: no es culpa de la infancia que seamos sensibles. Lo que sí hace la infancia —y el entorno— es entrenarnos para ocultarla o exagerarla, para expresarla mal o para taparla por completo.
Puso un ejemplo con enfoque social:
- A muchas mujeres se les ha permitido expresar más, pero a menudo en negativo: llanto, drama, impotencia, como si sentir fuera sinónimo de “estar mal”.
- A muchos hombres se les enseña lo contrario: tapar la emoción y el llanto desde pequeños.
Resultado: se aprende a asociar sensibilidad con debilidad. Y esa asociación pesa décadas.
“Espiritualmente terrenal”: unir cielo y cuerpo
La palabra “tierra” en el título no es decorativa. Es el eje. Yolanda explicó que su trabajo busca unir lo espiritual y lo terrenal. Ella misma definió este libro y su obra anterior (Paz atrae) como “libros espiritualmente terrenales”.
Su propuesta es potente por simple: no hace falta irse a lo místico para crecer espiritualmente. Basta con llevar esa consciencia a tus acciones diarias: relaciones, cuerpo físico, hábitos, decisiones. Tierra. Lo real. Lo que se hace.
En el programa mostró páginas del libro: edición a color, fotografías propias y secciones moradas donde aparecen ejercicios prácticos. Y dejó claro que el texto es directo: muy práctico, muy frontal. Tan frontal que, reconoció, puede resultar difícil para quien “no tiene consciencia” o está empezando. En esos casos, quizá haga falta apoyo externo.
Del dolor por los animales a la neutralidad interior
Uno de los pasajes más humanos de la entrevista fue cuando Yolanda explicó cuándo entendió que su sensibilidad podía ser herramienta y no carga. Se remontó a una etapa en la que sufría muchísimo por los animales. Llegó a un límite: quiso desconectar.
Pero ocurrió algo distinto: no perdió sensibilidad, encontró una forma de gestionarla. Empezó a sentir una neutralidad interna —un vacío calmado— que le permitía sensibilizarse sin sufrir. Ahí tomó una decisión: la sensibilidad tenía una misión en su vida. Y la iba a descubrir.
Moreno conectó de inmediato, compartiendo su propia identificación con el dolor ajeno: noticias trágicas, escenas duras, incluso desconocidos. Ese tipo de empatía que te secuestra la mente. Preguntó cómo se logra esa transición estando solo.
Yolanda lo explicó desde su lenguaje espiritual: conectando con esa parte que “te habla” y trayéndola a la tierra para vivir con doble mirada: física y espiritual. No para escapar, sino para sostener.
Dos frases, dos golpes de realidad: sufrimiento y control
La entrevista dio un giro interesante cuando Moreno pidió a Yolanda que leyera un fragmento para escuchar su semántica, su “música” interna. Eligieron la letra “S”: sufrimiento, expectativa. Y la frase fue un puñetazo breve:
“Lo que crea sufrimiento ofrece esclavitud. Libérate de no tener que cumplir tus expectativas.”
A partir de ahí, Yolanda sugirió algo casi provocador para personas hipersensibles: darse permiso para no ser empático una vez, aunque sea una vez al mes. No como egoísmo, sino como higiene emocional.
Luego pasaron a la “C”: control. Y leyó otra frase mínima, demoledora:
“Donde hay control, hay miedo.”
Moreno subrayó lo que esa sentencia destapa: detrás del control suele haber miedo al fracaso, a perder identidad, a un aprendizaje nuevo. La pregunta terapéutica que emerge es simple y difícil: ¿qué pasa si ya no controlas cómo quieres que salgan las cosas? Para Yolanda, detrás del miedo se esconde potencial.
La sombra: el agresor escondido que no queremos mirar
Si el libro fuera solo luz, sería cómodo. Pero no lo es. Uno de los bloques más potentes de la conversación fue “Demonios Escondidos”, donde la autora habla de la sombra: conductas dañinas que mantenemos ocultas, bajo llave, para seguir viéndonos como “los buenos”.
Yolanda lanzó una idea que incomoda:
“Si tú te sientes el bueno, el víctima, es que tienes a un agresor en la sombra.”
Ese agresor, dijo, siempre termina saliendo por algún lado: con la pareja, con los hijos, con la madre… La sombra se manifiesta sin que podamos controlarla cuando ya está expresándose. Por eso la gente intenta controlarla antes: por autojuicio o por miedo al juicio ajeno.
Trabajar la sombra es de lo que menos apetece y, a la vez, de lo que más libera. Su propuesta no es “matar” esa energía, sino reconocerla y canalizarla creativamente: en defensa personal, en deporte, en poner límites, en decisiones contundentes. Convertir lo agresivo en útil, lo oculto en consciente.
¿Y quienes “no van a cambiar”? Energía, frecuencia y relaciones
El programa tocó un clásico: la persona mayor o rígida que dice “yo soy así”. Yolanda fue clara: este libro no es el camino para llegar a alguien así de forma frontal. Lo percibirían como ataque y se defenderían.
Pero ofreció una lectura energética: aunque el otro no cambie, si tú cambias tu comprensión y tu frecuencia, esa persona lo percibe inconscientemente. No como magia, sino como dinámica relacional: cambia el campo, cambia la reacción.
Educación emocional: lo que no se enseña y lo que cuesta vidas
Moreno insistió en una idea que resonó como denuncia: se estudia de todo, menos a gestionar emociones. Y eso se paga: bullying, acoso, suicidios. Yolanda coincidió: esta información debería estar en centros educativos y bibliotecas. A los jóvenes a los que les ha llegado, les ha dado fuerza.
Reconoció que no todos leerían por iniciativa propia, pero defendió algo claro: comprenderse antes puede evitar problemas grandes después. Porque la adolescencia es el territorio del autojuicio y de la autoestima frágil. Y los problemas serios están apareciendo cada vez antes.
Amor propio, enfado “espiritualmente correcto” y equilibrio
Moreno preguntó si el libro puede aumentar el amor propio. Yolanda respondió con convicción: sí. Porque es “tan tierra, tan de cuerpo, tan de autoestima” que lleva al lector a una certeza básica: si estoy aquí, es que he de estar. Y conocerme es lo mejor que puedo hacer por mí.
Dejó otro mensaje clave para personas sensibles: el derecho a enfadarse cuando toca, a cabrearse con sentido. Lo llamó “espiritualmente correcto”. En otras palabras: la sensibilidad no es complacencia eterna.
Y añadió algo liberador: una persona sensible podría pasar un tiempo sintiéndose menos “a flor de piel” tras el proceso. No perdería su esencia, pero sí ganaría equilibrio. Experimentar el otro polo para volver al centro.
El mensaje final: no eres “solo” sensible
Para quienes han perdido esperanza por sentirse demasiado sensibles, Yolanda cerró con una idea de empoderamiento: nunca van a perder su sensibilidad. Es valiosa. Hay que cuidarla y aprender a usarla.
La sensibilidad, dijo, no está para que te hagan daño: está para vibrar con lo bello —una puesta de sol— y también para protegerte de malas intenciones. Pero debe ir unida a lo visceral, a lo terrenal, al sentido común, a la inteligencia y a los hábitos. Y remató con una frase que debería estar en la contraportada de muchos manuales de vida:
“No eres sensible solo. Eres muchas más cosas que solo sensible.”
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